miércoles, 21 de diciembre de 2011

Crítica de "Midnight in Paris"


Dirección y guión: Woody Allen
Países: España y Usa
Año: 2011
Duración 94 min
Intérpretes: Owen Wilson, Marion Cotillard, Rachel McAdams...



La antología de Woody Allen


Allan Stewart Konigsberg, de cara al público Woody Allen, alcanza con Midnight in Paris el punto álgido de su prolífica carrera como cineasta, una trayectoria que, dado que produce una media de película por año, ha dado cabida a obras tan sorprendentes como Annie Hall o Manhattan y a otras tan inefablemente nefastas como Vicky, Cristina, Barcelona o Conocerás al hombre de tus sueños. Lo cierto es que ese sello identitario que tan buen resultado le ha dado al neoyorkino se hace aún más patente en esta última obra.

Desgranar el argumento sería usurpar al filme del sorprendente potencial que atesora. Por ello, y a fin de poder seguir sosteniendo esta profesión de crítico, cuyo fin último es instar al público a ver una película, no espigaremos la historia. Simplemente algún aspecto de su contenido a la luz de la filmografía alleniana.

Podemos hablar de cuatro aspectos generales que dominan la totalidad de la obra (en mayor o menor medida) de Woody Allen: la adoración a la cultura siendo la música un aspecto a tratar de manera especial y, por contraposición, el odio al artificioso pseudointelectual; el recurso humorístico en segundo lugar; y la fina frontera que delimita su mundo real del ficticio, lo que ha empujado a muchos críticos a tachar su obra de autobiográfica.

Empecemos por el primero. Su amor por la cultura alcanza el súmmum en Midnight in Paris. Esta querencia cultural deja de estar en boca de sus personajes a través de gags o monólogos “intelectualistas” para materializarse de manera tan soberbia que el espectador, sin quitar el mohín de congratulada sorpresa, no se vea desbancado de su asiento al no reconocer en la proyección al genio cinematográfico por el que ha pagado. Cabe decir que en esta especie de oda al arte en todas sus facetas sale más que bien parado nuestro país y sus artistas, y que al igual que se encomia el arte, se critica la pseudointelectualidad por la que tanta aversión ha manifestado el director en sus películas.

Pero además, la música siempre ha tenido en la vida y obra de Allen una presencia mayúscula. Desde su adolescencia empezó a deleitarse con las melodías del jazz, de tal manera que a los 15 años se decanta por el clarinete como instrumento favorito, aunque él mismo reconocerá no estar dotado de ningún don musical. No obstante, sus actuaciones junto a The New Orleans Jazz Band forman parte de este bagaje cultural del genio de Brooklyn. Este amor por el jazz está presente en su filmografía y en esta ocasión no iba a ser menos. El virtuosismo del francés Stephane Wembler  (por favor, ¡búsquenlo en YouTube!) a la guitarra o la presencia de la melodía de artistas como Sidney Bechet o Cole Porter, hacen obviar los comentarios.

El recurso humorístico hace gala igualmente en la obra en cuestión. Un humor inteligente que se ha gestado como marca indeleble del autor tanto en su obra como en su vida. Un artista que, como sabemos, empezó su carrera con sus “pinitos” como monologuista.

Por último, Allen se regodea jugando de nuevo con esa difusa frontera entre realidad y ficción que ya retratase en La Rosa Púrpura del Cairo. Quizá lo difuso de esta frontera se deba a la tendencia del cineasta, no ya a biografiarse en sus películas, pero sí a tomar aspectos personales, contextuales e incluso de su círculo personal cercano para plasmarlos en sus películas, casi siempre en clave satírica. “La diferencia entre realidad y fantasía aparece en mis películas con mucha frecuencia. Y creo que en realidad, al nivel más elemental, esto se reduce a que odio la realidad”, diría el propio director.


Quizá peque de reduccionista al atreverme a decir que un grandilocuente Owen Wilson es inoculado con el gen de su director. Pero el hecho real es que el vestuario utilizado (camisas en tonos ocres y chaquetas de pana), el carácter de su personaje (un intelectual nervioso y aparentemente pusilánime) y su profesión (guionista de Hollywood que ansía coronarse como literato) encaja bastante con la figura de Woody Allen. Sería sin embargo una deshonra asegurar, como algún crítico se ha atrevido, que esta, como otras tantas obras, son un simple reflejo de la personalidad de Allen, una transmutación autobiográfica de la realidad a la pantalla. Detrás de esto se esconde más arte del que se pueda imaginar. 

toñin Pineda


sábado, 26 de noviembre de 2011

Crítica de "El gato desaparece"

Guión y dirección: Carlos Sorín
Producida por: Guacamole Flims-Patagonik
Género: Thriller
Reparto: Luis Luque, Beatriz Spelzini, María Abadi, Norma Argentina
Duración: 86 minutos
Dirección de arte: Margarita Jusid
Dirección de foto: Julián Apezteguía
Música: Nicolás Sorín
Producción: Inés Vera


Arañando la locura


Carlos Sorín vuelve con ganas. Recupera esa pasión por el drama social, por el tono agridulce y descarado, replegándose de nuevo en su Patagonia natal como escenario de su historia. No es de extrañar el resultado final de la obra de un artista dedicado a la fotografía, al spot publicitario y, algo más exiguamente, al cine. Y digo no es de extrañar porque como buen publicista y artista estético, el tráiler de Sorín vende un thriller psicológico que resulta ser algo distinto de las apariencias del marketing. No por ello menos plausible.

El largometraje narra una historia con bastante puntos en común con El Resplandor de Kubrick. Luis (Luis Luque) es un reputado profesor universitario que, tras sufrir un brote psicótico, agrede a un compañero y amigo de la familia ingresando así en un centro de tratamiento psiquiátrico. Tras el periodo de internamiento, la esposa de Luis, Beatriz (Beatriz Splezni), acude a la clínica a recoger a su marido. Allí los médicos aseguran y re-aseguran que, aunque no han sido capaces de especificar el origen de la enfermedad de su marido, está ya curado.

El matrimonio vuelve a casa entre el recelo que despierta en Luis semejante vuelta a la realidad y la ilusión que brota en Beatriz por el regreso de su marido. Sin embargo, al arribar al ‘hogar, dulce hogar’ el gato Leo parece no reconocer en Luis a su estimado amo y, tras proferir un zarpazo, desaparece.
La casa se torna en un atmósfera ajena y sospechosa; tan ajena como la enfermedad mental al enfermo; tan sospechosa como esa misma enfermedad de causa inabarcable y dudosa solución. Igual de suspicaz se tornará la esposa ante el comportamiento de su marido, de quien ya todo le es ajeno.

Untuoso asunto el escogido por Carlos Sorín para su último largometraje. Sin embargo no ha querido pringarse demasiado y ha tratado el tema quizá con excesiva asepsia. El resultado ha sido una obra estéticamente muy funcional, bella, con un trabajo de producción maravilloso al estilo al estilo de la obra de su compatriota, El hombre de al lado. Esta sencilla y lograda estética junto a la grandilocuente producción – ¡grandiosa escena del bufón en el semáforo!- junto al desparpajo argentino en el empleo de la sátira burlona hacen del filme una obra tremendamente atractiva. Aún así, algo de la forma de cerrar la historia, no pregunten el qué, me dejó con cierto sabor agridulce. No pierdan la ocasión de averiguarlo.

Lo mejor, el resultado estético y la sátira argentina. Lo peor, ir al cine pensando que se asomará algo al psicoanálisis.


viernes, 18 de noviembre de 2011

Crítica de Asesinos de élite


Director: Gary McKendry
Guionista: Gary McKendry
Matt Sherring
Productor: Sigurjon Sighvatsson
Steven Chasman
Michael Boughen
Tony Winley
Música: Johnny Klimek
Reinhold Heil
Fotografía: Simon Duggan
Montaje: John Gilbert

Rompecuellos ha llegado a la ciudad

Hoy nos hablaba Alberto Fijo, nuestro ilustre e ilustrado profesor de Crítica de Cine y Televisión del fenómeno fan. De las masas de espectadores que abarrotan las salas de cine en busca de un producto cinematográfico prefabricado y listo para su consumo. En eso consiste la saga Crepúsculo; en eso consiste la peli del realizador Gary McKendry.
Asesinos de élite es una de esas películas que no merece la pena ni criticar. Tan siquiera el tráiler trata de venderte las conspiraciones políticas o las disputas geoestratégicas que subyacen a los palos y los tiroteos varios. Los creadores del filme asumen que el espectador acude al cine a ver dar y recibir, y no limosna precisamente. El argumento aborda una historia basada en hechos reales sobre unos ex agentes secretos del SAS (la inteligencia británica) dedicados en su días a matar por un jornal, pero bajo el auspicio de Su Majestad. Ahora lo hacen por cuenta propia.

Tampoco es una película que merezca la pena recomendar a ‘nadie’, a menos que ‘nadie’ brincara de emoción con cada puñetazo del calvorotas Jason Statham en la saga Transporter. Sin me apuras, ni la estructura del guión parece bien hilvanada.

Pero, ¿y De Niro? Pues tampoco, mire usted. Apenas aparece unos 20 ó 30 minutos, para más inri como un pobre ex agente secreto desvalido y en horas bajas a quien hay que rescatar. Aporta un par de guiños de estilo a la cámara y se retira a su camerino.
Lo mejor, contar con el discernimiento suficiente como para colocar en la papelera de reciclaje a semejante bodrio. Lo peor, la película.

toñin Pineda


lunes, 7 de noviembre de 2011

Crítica de "5 metros cuadrados"

Tejero pincha la burbuja

Título: 5 metros cuadrados
Título original: 5 metros cuadrados
Dirección: Max Lemcke
País: España
Año: 2011
Duración: 86 min.
Género: Drama, Comedia
Reparto: Fernando Tejero, Malena Alterio, Emilio Gutiérrez Caba, Manuel Morón, Jorge Bosch,Secun de la Rosa, Paula Bares, Angela Boj, Alejandro Sanchez Spijksma
Distribuidora: A Contracorriente Films
Dirección: Max Lemcke
Dirección artística: Javier Fernández
Fotografía: José David Montero
Guión: Daniel Remón, Pablo Remón
Música: Fernando Velázquez

Fernando Tejero ha empezado a escalar la empinada cuesta de la consolidación interpretativa, un viaje de especial coste para el actor cordobés que parece no conseguir librarse del lastre de sus antepasadas interpretaciones. Él mismo lo reconocía en declaraciones al diario Público: “Es una putada que sigan emitiendo Aquí no hay quien viva”.
Y es que tiene toda la razón del mundo. Tejero sigue cargando con la estigmatizada imagen del andaluz gracioso, un actor difícil de disociar de la interpretación cómica y bobalicona al estilo de Días de fútbol o el papel secundario de Crimen ferpecto. Durante la proyección, y pese a los solventes esfuerzos de Tejero por crear un clima de la dramatización apropiado, las risas brotaban continuamente. Le queda por tanto una larga peregrinación. Sin duda, con 5 metros cuadrados ha conseguido salir de la burbuja del determinismo interpretativo; otra cuestión, que se irá respondiendo con el tiempo, es si Tejero tiene o no la capacidad de evolucionar más allá de esta concepción de actorcillo cómico.
La película del realizador madrileño (aunque el nombre no corrobore su procedencia) Max Lemcke trata ‘a la española’ la crisis de la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, el guión se distancia de los inicios de la crisis y se centra en la maltrecha situación actual, no exenta aún de los buitres de la especulación. Álex (Fernando Tejero) y Virginia (Malena Alterio) compran tras diversas piruetas económicas un piso sobre plano en la sobreexplotada costa levantina. Pero pronto se confirmará lo que desde el principio esperábamos. Las obras se paran y Álex removerá cielo y tierra para llegar a un resultado justo.
No hay en este filme maneras rimbombantes a lo Wall Street o Margin Call. No estamos al frente de una gran película. Tan siquiera creo que debiéramos darle más de un cinco o un seis. Además, el tercer acto incluso se estrella con un intento de americanizar un guión españolito al que le sobran estos atavíos.
Sin embargo, Tejero aguanta el envite de una narración que se cimenta sobre su personaje y, aunque me resigne a aceptar que le sigan colocando papeles de tontorrón gracioso, es verdad que en este caso, un guión nada excepcional lo saca a relucir con una interpretación cómica, tragicómica y algo más dramática hacia el segundo y tercer acto.
Quizá mi sensación de satisfacción con la película sea más por el cambio de rumbo del actor sureño que por una buena obra cinematográfica. Una obra simpática a la vez que conmovedora.
Lo mejor, la evolución de Tejero. Lo peor, el guión sin pies en el suelo.

toñin Pineda




viernes, 28 de octubre de 2011

Crítica de "Mientras duermes"

En la oscuridad del ser humano

 

Aquel lugar donde Jaume Balagueró siempre ha sabido indagar fabricando la pócima correcta que acelera el pulso del espectador, como bien hizo con las dos entregas de Reco la aceptable Frágiles. Sin embargo, esta vez la oscuridad la tiñe lo “natural” del asunto.

 La nueva película del realizador catalán narra la historia de César (Luis Tosar), conserje de un bloque de edificios que, incapaz de ser feliz, se nutre de la infelicidad de los demás para alcanzar la dicha propia. Dado que posee las llaves de todos los vecinos tiene libertad para campar a sus anchas por el edificio, pero la peor parada de las tropelías sociopatológicas de César será Clara (Marta Etura), una preciosa y cándida inquilina cuya sonrisa permanente dará a César un motivo para levantarse cada mañana: ver cómo esta sonrisa se le va borrando.

Balagueró ha firmado un thriller cuya tensión aumenta a medida que la maldad del protagonista se va viendo acorralada. No le llamaría verdaderamente una película de terror. Lejos de fabricar una historia a base de sobresaltos, el verdadero miedo en el que el director escarba es la malicia del ser humano, una sibilina forma de hacer el mal que en ocasiones se manifiesta en simple simpatía o educación; el típico caso del vecino que “parecía un chico muy normal” hasta que el día menos pensado sale esposado en una monovolumen de la Policía Nacional.

Esta maldad personificada la encarna con bastante solvencia el polifacético Tosar (Los lunes al sol, Celda 211) cuya frialdad se va tornando cada vez más espeluznante a medida que se van desentrañando cada uno de sus cavilados planes. Además, el apoyo de actores como Marta Etura (Azuloscurocasinegro) o incluso la fugaz aunque vívida aparición de Petra Martínez (La mala educación).

Una cinta entretenida que se distancia de la originalidad de Rec aunque está plenamente sustentada por su reparto. Frente a la excesiva truculencia que algunas críticas han atribuido al filme, lamento la delicadeza emocional de los emisores de dichos comentarios pues apenas son cinco minutos los que Balagueró cede a cierta atrocidad física que pueda hacer virar la mirada fuera de la pantalla. La atrocidad de esta película es el propio ser humano.  

sábado, 23 de julio de 2011

De la ¿eternidad? del ser

Esta noche, mientras leía un poco, mi inquieta masa gris no paraba de zarandearse en otras ideas que nada tenían que ver con las páginas que ocupaban mi tiempo. Jodida jugada de mi capacidad de concentración, que me impide concentrarme en algo de manera única -ya saben aquello del que mucho abarca poco aprieta- aunque esta vez le agradeceremos el haberme empujada a manchar de palabras las últimas páginas en blanco de mi libro. He aquí por tanto una reflexión de retrete, una moñiga mental que tan solo plantea las dudas que aquejan a mi cerebro, las mismas que desde millones de años vienen perturbando al Hombre.

¿Hasta qué punto es lo intagible real y no producto involuntario de nuestro cerebro? ¿Cómo podemos cerciorarnos de que aquello que experimentamos como un gozo del alma, como el renacer de nuestro más profundo ser atrapado entre huesos, músculos y vísceras, no deja de ser más que el fruto de una fortuita e inintencionada sinapsis?
Verdaderamente me aqueja, tanto o más, el lastre de no ser capaz de vislumbrar la Verdad que el hecho de que ésta solo exista en el onírico mundo que cada nos construimos inconscientemente. Se chasquea el látigo quejumbroso de la duda frente a un conglomerado biológico para el que, quizás, tan solo "la vida es sueño, y los sueños, sueños son".
¿De verdad somo capaces de percibir la belleza? Y si así es, ¿es que somos capaces d asimilarla en un porcentaje mayor al que capacita a una hembra de pavo real a inclinarse por el plumaje masculino de su compañero más esplendoroso? ¿Y si tan solo fuese el azar evolutivo el que nos hubiera permitido preguntarnos demasiados porqués que escapan a la razón, unos porqués que tan siquiera existen como respuesta?
Este pesar, escéptico de una inmortalidad metafísica en la que siempre confié, me aterra; de igual modo que desconcierta a quien humildemente se encomienda cada día a la Providencia, otorgando su indefensión al arbitrio de Ésta; o de la misma forma en que el materialista se aferra al quehacer terrenal más placentero.

Hasta aquí dio de sí la reflexión de este pobre iluso, destartalado, aunque siempre feliz loco. Paso el listón a mi querido compañero de blog, que seguro andará deseoso de esculpir sus atorados pensamientos en forma de párrafos.

lunes, 11 de abril de 2011

Hasta en las mejores columnas

Hoy he mandado al periódico ABC la siguiente carta al director. Un artículo del mencionado periodista y escritor aludía al afincado debate, abierto tras el anuncio de Zapatero de no presentarse a las próximas elecciones como candidato a la Presidencia. En este debate, como bien sabemos, son indudables protagonistas los ministros Chacón y Rubalcaba. El periodista en cuestión comparaba por tanto a la ministra de Defensa y al ministro de Interior con las figuras de Dios y los gitanos respectivamente. Mi indignación fue tal que aquí me tenéis a tan insolentes horas remitiendo correos al rotativo y posteando en el blog.....en fin.... Aquí mi texto.

"Cada mañana que cojo esta cabecera entre mis manos, espero contar un día más con el toque de sabiduría y sobre todo sentido común que el columnista Juan Manuel de Prada aporta a ABC. No solo por la belleza de su pluma sino por el encomiable trabajo que realiza con sus líneas elogiando la prestancia y honra de figuras como Carme Chacón, o zarandeando la contumacia de los mentecatos que se reían cuando Julian Assange iba a ser procesado por presuntos abusos sexuales; no olvidaré eso que Juan Manuel llamó “el delito Assange”. Sin embargo, el lunes 11 fue diferente. La rabia y la decepción confluyeron a partes iguales por mi mente cuando leía la comparativa que en su columna de opinión hacía entre Rubalcaba y los gitanos. Al margen de la mayor o menos solvencia política del ministro, la antítesis hecha entre Dios y la raza gitana situando a esta última en el más ínfimo escalón del arquetipo fue algo digno de un colegial incapaz de medir sus palabras, algo que no entiendo cómo ocurre hoy día. Este tipo de términos usados con tintes más o menos peyorativos son habituales en nuestro lenguaje diario, e incluso no siempre usados con vil intencionalidad sino que son un mero reflejo que el lenguaje hace del sentir social más o menos actual. Supongo que la desaparición de términos como gitano, judío o maricón para referirse a sujetos sibilinos y malhechores, codiciosos y avaros, o de dudosa virilidad y valentía respectivamente será trabajo del tiempo, la maduración y la enseñanza; esta clase de estereotipos son más propios de un coloquio entre concursantes de Hombres, Mujeres y viceversa que de un espacio para el enriquecimiento como el citado. Semejante generador de opinión pública y tamaño intelectual debería medir más sus metáforas cuando éstas desprenden un tufo tan racista. Un desliz que pienso y confío en que tan solo haya sido motivo de su vehemencia y premura al redactar."

Para tratar de comprender mejor mi enfado, lean la columna de Prada en:

martes, 29 de marzo de 2011

Tal vez sea este el cabo del que valga la pena tirar para intentar deshacer la pequeña madeja esbozada(Manuel Cruz)
Con esta idea intentaré desbocar a la interior(Enrique Barrera)
Es el como o es el que, es el como una parte del qué o el como es el qué.
La finalidad de una serie de actos es quién juzga a los actos, o es la manera en la que se llevaron a cabo.
Si Hitler llegó a hacer lo que hizo "adecuadamente", se equivocó sólo en lo que llegó a hacer, o también se equivocó en como lo llego a hacer...pienso que es el qué.
Si una "adecuada" finalidad es llevada a cabo de una manera no "adecuada" es entonces una "adecuada" finalidad....pienso que también es el cómo una parte del qué.
Si la finalidad es el camino...pienso que el cómo es el qué.
Me gusta pensar que ni sí, ni no, que puede ser que sí, que no...pero que será mi sí...y mi no, y que cuando sea el nuestro lo iquerré compartir.
Y es que me sabe a libertad...el poder pensar en soledad.

martes, 11 de enero de 2011

Rousseau y Hobbes en "El Señor de las Moscas"

Aprovecho un trabajo hecho para la universidad para ofrecer un interesante análisis de la obra de estos autores, que siguen siendo una rémora de la sociedad actual, a través de su reflejo en la novela de Golding:


La corriente político-filosófica de la que partimos para el desarrollo de nuestro trabajo es conocida como contractualismo, cuyos principales exponentes son Rousseau, Hobbes y Locke aunque nos ocuparemos de los dos primeros por ser el antagonismo de sus teorías el telón de fondo de la novela analizada: El señor de las moscas, de William Golding.
Esta teoría surgida hacia el siglo XVII no constituye una corriente de pensamiento delimitada y hermética sino que parte de unas bases comunes para explicar la consecución de un mismo fin que no obstante, tomará diferentes formas. Los autores contractualistas parten de un estado primigenio o de naturaleza en que se desarrolla la sociedad antes de que ésta se decida de forma tácita a integrar la sociedad civil en la personalidad del Estado. Los dos autores que nos ocupan, Rousseau y Hobbes, confirmarán el carácter imaginario o presupuesto que atribuyen a la naturaleza humana y cuya diferencia notable entre ambos analizaremos posteriormente. Rousseau admite a regañadientes la inexistencia de un momento histórico en que el hombre viviera tal y como él describe: “Porque no es liviana empresa separar lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre, ni conocer bien un estado que ya no existe, que quizá no haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del que sin embargo es necesario tener nociones precisas para juzgar nuestro estado presente”. Del mismo modo lo aceptará Hobbes aunque no por ello infravalorando la importancia de su obra: “…aunque nunca existió un tiempo en que los hombres particulares se hallaran en una situación de guerra de uno contra otro…”
Como hemos dicho, el fin teórico por el que aboga cada escritor a través de su obra es muy similar: el bienestar y la paz social. Sin embargo, el medio para alcanzar dicho fin será algo divergente; aunque ambos subrayen la necesidad de crear un Estado, éste tendrá para uno un carácter más liberal y democrático mientras que para otro deberá basarse en el empleo autoritario de la fuerza.
Ambos autores pecarán de un cierto reduccionismo en diferentes vertientes que analizaremos también a continuación.

Rousseau VS Hobbes
Uno de los pilares de la tesis de Rousseau se apoya en el “mito del buen salvaje”. El filósofo francés parte de un optimismo antropológico para esbozar su teoría sobre el origen humano del hombre remitido al estado de naturaleza. Según Rousseau, el hombre natural es un ser vivo más a la altura de los animales, instintivo, sin razón, sin sociedad y por tanto, sin males. Pero serán dos características pertenecientes a todos los animales las que posteriormente diferencien a éstos del hombre: el amor a sí mismo, entendido como instinto de conservación y la piedad que todo animal tiene hacia sus semejantes.
Pero este estado originario no durará mucho llegando a imponerse lo que el francés denomina “el hombre del hombre”. Este concepto hace referencia al ser social, a la naturaleza humana que ha sido desviada y truncada de su esencia originaria originando los vicios y perversiones consagrados como la verdadera lacra del género humano.
Señala como paso importante la aparición en el hombre del amor conyugal y paternal, del que probablemente deriven otras vilezas como el orgullo, el odio, la vanidad, la envidia. Pero el verdadero paso hacia el ser social será promovido por la aparición de la propiedad. Hasta entonces la familia, como órgano inicial de la sociedad, había basado la producción en su propia subsistencia obteniendo los bienes indispensables para satisfacer sus necesidades. Pero, al contrario que Locke -que defiende la propiedad como derecho natural- y a su vez en consonancia con las futuras teorías de Marx, la propiedad era motivo y causa de alienación en el hombre pues sería a posteriori origen de desigualdades y en consecuencia, de conflictos y odios mutuos. En referencia al origen de la propiedad el autor enuncia lo siguiente en un tono aguerrido digno de cualquier líder populista contemporáneo: “el primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinato, miserias y horrores nos habría ahorrado al género humano quien, arrancando la estaca y rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: ` ¡Guardaos de escuchar a este impostor!; ¡estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!´”.
De este modo, a fin de preservar los intereses y bienes propios de la amenaza del vecino, se constituirá un cuerpo legal en la persona del Estado. Cada individuo cede así su libertad a fin de alcanzar un beneficio mayor, aunque Rousseau señala que lo que pierde es igual al beneficio obtenido en tanto que el interés común coincidirá con las pretensiones propias de cada elemento del conglomerado social. “Encontrar una fuerza común que proteja de toda la fuerza individual de la persona y los bienes de cada asociado, y por lo cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes”
Aunque el francés ignora el verdadero momento en que este salto tiene lugar puesto que, como paso previo a la obtención del raciocinio que permita al hombre consensuar el contrato social, es necesaria la aparición del lenguaje puesto que ambos, lenguaje y razón, van de la mano y no se puede afirmar la existencia de una sin la del otro y viceversa.
Así, la libertad natural cuyos límites no excedían más que la capacidad y al fuerza del hombre evoluciona hacia una libertad civil cuya circunscripción se delimita por el interés general y la propiedad. El autor entiende a su vez que la libertad primitiva se haya subyugada al instinto animal mientras que es la libertad civil la que goza de un verdadero sentido por partir del consenso  racional y por proporcionar al ser humano un carácter moral. En esta misma línea, Rousseau propone un gobernante cuyo sistema de gobierno difiere del que propondrá Thomas Hobbes; el primero concede a la figura del gobernante la cualidad del deber, es decir, la idea de que el cumplimiento de las prescripciones que éste enuncie deben cumplirse en tanto que representan en el interés general por haber sido elegido por el soberano (término con el que Rousseau identifica al pueblo), mientras que Hobbes determinará que la subordinación a las órdenes del gobernante, aunque tenga un origen libre pues parten del consenso, se fundamentará en el uso del miedo y la fuerza como armas coercitivas del Estado. En palabras del francés: “es una convención vana y contradictoria estipular por un lado una autoridad absoluta, y por otro una obediencia sin límites”. Observamos así un claro posicionamiento del filósofo galo a favor de la Democracia por ser el auténtico reflejo de la libertad humana en el estado civil.
Como antítesis del pensamiento roussoniano tenemos la teoría redactada por el inglés Thomas Hobbes. Al contrario que el anterior, éste parte de un pesimismo antropológico del que derivará su opinión sobre la necesidad de establecer un Estado autoritario que mantenga el control social por medio del empleo de la fuerza, manteniendo a sus ciudadanas doblegados ante el miedo que supone el incumplimiento de las prescripciones estatales.
El citado pesimismo antropológico del autor británico radica en la naturaleza que otorga al hombre que sintetizará de la siguiente manera. A pesar de que la virtualidad natural del hombre se ramifique en dos polos opuestos como son la astucia y la fuerza, no hay hombre que no pueda vencer o hacer frente a otro, independientemente de la virtud que ostente y del grado en que posea la misma. A su vez, otro ejemplo con el que trata de clarificar esta situación de igualdad y tendencia al conflicto es la creencia que hace a todo ser humano pensar que se halla en posesión de la verdad, independientemente de los honores o títulos que avalen su rival o contertulio.
De esta igualdad de condiciones de la que parte Hobbes se deriva la desconfianza. El hecho de que dos sujetos alberguen las mismas posibilidades por alcanzar u obtener un fin hace que ambos individuos se conviertan automáticamente en enemigos enfrentados en esa lucha por la consecución de su objetivo.  Aunque el filósofo británico alude al fin disputado como su propia conservación, esta lucha puede extrapolarse a cualquier otro ámbito de la vida social.
Asimismo, Hobbes señala que cada sujeto espera obtener de sus semejantes una estimación similar a la que éste siente por sí mismo; es lo que podemos determinar como egoísmo natural que lleva al hombre a considerar la preponderancia de su persona sobre el resto.
Según el inglés serán tres las características inmanentes al ser humano que darán lugar al estado de naturaleza primitivo que presupone para esbozar su teoría política: la competencia, la desconfianza y la gloria. La primera llevará a los hombres a atacarse mutuamente en pos de alcanzar un beneficio; la segunda, para ganar seguridad; la tercera, para ganar reputación. Las tres harán uso de la fuerza para conseguir su finalidad. De aquí obtenemos la famosa frase del escritor: “el hombre es un lobo para el hombre”.
De este modo, Hobbes deduce que el continuo estado de guerra en que el hombre se encuentra fuera de la sociedad civil únicamente se solventa mediante una fuerza que los atemorice y los mantenga a raya.
Indica que el temor que infunde el Estado y la libertad van de la mano; no ya por el hecho de haber pactado libremente la asociación y posteriormente la sumisión al Estado (esto es lo que Pufendorf define como el doble contrato, es decir, la creación de la sociedad y la sumisión a la voluntad común), sino porque el hombre es libre de acatar o no la ley establecida, aunque ya se encargará el Estado de ser lo suficientemente severo para doblegar al individuo. “por ejemplo, cuando un hombre arroja sus mercancías al mar por temor de que el barco se hunda, lo hace, sin embargo, voluntariamente, y puede abstenerse de hacerlo[…]así también, un hombre paga a veces su deuda solo por temor a la cárcel, y sin embargo, como nadie le impedía abstenerse de hacerlo, semejante acción es la de un hombre en libertad”.
Es evidente la decantación del escritor inglés por un sistema de gobierno absolutista  en contraposición a lo defendido por el filósofo francés.
Reflejo en el Señor de las moscas
La obra del británico William Golding, El señor de las moscas, suscita un gran interés analítico que deriva principalmente de la lectura de Rousseau y Hobbes. Dado que el pensamiento de ambos autores es claramente antagónico, la novela girará en torno a las dos principales divergencias que distancian a los dos filósofos citados. Será por un lado la oposición entre la bondad natural del hombre y el egoísmo inherente a él, y por otro lado, la disputa entre dos formas de gobierno, la democracia y el absolutismo o dictadura.
 El libro se encuentra plagado de un fuerte simbolismo. El título de la obra por ejemplo tiene un significado bastante profundo pues su traducción al hebreo deriva etimológicamente en Belcebú, palabra que se atribuye en la literatura cristiana al príncipe de los demonios. Esto sin duda es una excelente alusión del novelista inglés a la maldad innata que habita en el ser humano desechando así el mito del buen salvaje de Rousseau. Asimismo, la portada de mi edición del libro presenta dos objetos que tomarán una gran relevancia en la obra y que a su vez connotan dos ideas o concepciones completamente opuestas: por un lado la caracola, que como explicaremos a continuación es símbolo del sistema democrático, y por otro, un palo afilado con la punta manchada en sangre que simboliza el empleo de la fuerza que distinguirá a los sistemas absolutistas.
La obra relata la estancia en una isla desierta de un grupo de niños que, tras sufrir un accidente aéreo, se ven obligados a subsistir por sus propios medios. Esta situación es la idónea para referenciar y simular el estado de naturaleza previo al estado civil. Además, el hecho de ser niños los protagonistas facilita el hecho de que aún no se hayan pervertido por la sociedad.
Los principales representantes de estas teorías son Ralph y Jack con sendos grupos de seguidores como si de Rousseau y Hobbes respectivamente se tratase.
 El primero es elegido como líder de manera consensuada para encaminar el interés general de la mejor manera posible por medio de un sistema de gobierno asambleario o democrático. Ralph, como líder que es, tratará de velar por el bien común –principalmente el rescate- para lo cual propondrá la necesidad de articular una serie de normas. Los debates y la proposición de normas son de carácter democrático y este valor de soberanía popular lo encarna una caracola se encuentran en la playa. Para obtener la palabra en la asamblea era necesario estar en posesión de la caracola. Ralph y su séquito representarán la bondad humana que a diferencia de lo que expone Rousseau, es independiente del grado de ingenuidad del sujeto, puesto que Piggy (fiel compañero de Ralph) goza de una gran cultura y capacidad de raciocinio y a su vez, de un alma benevolente y bondadosa.
Por el contrario, contamos con la personalidad de Jack. Éste se separará del grupo inicial cuando, tal y como enuncia Rousseau, antepone su interés personal al del grupo. Jack, en lugar de mantener el fuego encendido como todos habían consensuado para poder ser vistos, decide ir a cazar un jabalí; el fuego se apaga y casualmente un barco bordeará la isla sin avistar señal de humo alguna. Este hecho enfurece enormemente a Ralph y tras una discusión con Jack, éste decide escindirse del grupo inicial constituyendo un nuevo ente social en el que obviamente él sería el líder, entre otras cosas por gozar de la autoridad que le otorgaba un cuchillo. Este personaje ficticio encarna la maldad y el egoísmo humano; la primera característica reflejada en el ansia con que desea ir a cazar y la satisfacción que le supone disponer de la vida de otro ser; la segunda, el egoísmo, por la anteposición de sus deseos a los del grupo pues sus ganas de cazar le hacen prescindir de su obligación de mantener la fogata encendida. A su vez, Jack representa el sistema de gobierno absolutista o dictatorial en el que los súbditos, por el hecho de haber elegido seguirle, deben guardar lealtad y fidelidad a su persona. Asimismo, la existencia de un supuesto monstruo en la isla –que no resulta ser más que un paracaidista accidentado- encarna el miedo que un Estado totalitario utiliza para mantener el continuo estado de alerta en la población y legitimar la existencia de un poder despótico aunque firme que proteja al pueblo de esa amenaza.
La novela es una férrea crítica al reduccionismo del que pecan tanto Hobbes como Rousseau al limitar la naturaleza del hombre dando origen a una visión de la realidad sesgada y ausente de total rigor y veracidad.