sábado, 23 de julio de 2011

De la ¿eternidad? del ser

Esta noche, mientras leía un poco, mi inquieta masa gris no paraba de zarandearse en otras ideas que nada tenían que ver con las páginas que ocupaban mi tiempo. Jodida jugada de mi capacidad de concentración, que me impide concentrarme en algo de manera única -ya saben aquello del que mucho abarca poco aprieta- aunque esta vez le agradeceremos el haberme empujada a manchar de palabras las últimas páginas en blanco de mi libro. He aquí por tanto una reflexión de retrete, una moñiga mental que tan solo plantea las dudas que aquejan a mi cerebro, las mismas que desde millones de años vienen perturbando al Hombre.

¿Hasta qué punto es lo intagible real y no producto involuntario de nuestro cerebro? ¿Cómo podemos cerciorarnos de que aquello que experimentamos como un gozo del alma, como el renacer de nuestro más profundo ser atrapado entre huesos, músculos y vísceras, no deja de ser más que el fruto de una fortuita e inintencionada sinapsis?
Verdaderamente me aqueja, tanto o más, el lastre de no ser capaz de vislumbrar la Verdad que el hecho de que ésta solo exista en el onírico mundo que cada nos construimos inconscientemente. Se chasquea el látigo quejumbroso de la duda frente a un conglomerado biológico para el que, quizás, tan solo "la vida es sueño, y los sueños, sueños son".
¿De verdad somo capaces de percibir la belleza? Y si así es, ¿es que somos capaces d asimilarla en un porcentaje mayor al que capacita a una hembra de pavo real a inclinarse por el plumaje masculino de su compañero más esplendoroso? ¿Y si tan solo fuese el azar evolutivo el que nos hubiera permitido preguntarnos demasiados porqués que escapan a la razón, unos porqués que tan siquiera existen como respuesta?
Este pesar, escéptico de una inmortalidad metafísica en la que siempre confié, me aterra; de igual modo que desconcierta a quien humildemente se encomienda cada día a la Providencia, otorgando su indefensión al arbitrio de Ésta; o de la misma forma en que el materialista se aferra al quehacer terrenal más placentero.

Hasta aquí dio de sí la reflexión de este pobre iluso, destartalado, aunque siempre feliz loco. Paso el listón a mi querido compañero de blog, que seguro andará deseoso de esculpir sus atorados pensamientos en forma de párrafos.